

La fascia es una membrana de tejido conectivo al igual que los tendones y ligamentos. No tienen contornos definidos y conectan los elementos anatómicos entre sí. Aunque a menudo aún son desconocidos para el público en general, Bichat los observa y destaca por primera vez en 1800 y Solomon en 1936. Hecho principalmente de colágeno, dándoles una apariencia gelatinosa. Se dividen en 3 capas interconectadas: la capa superficial (presente directamente debajo de la piel), profunda (en el cuello, el tórax, la cavidad abdominal y pélvica) y la capa meníngea (principalmente intracraneal y compuesta por el duro madre, parche y aracnoides). Esta delgada membrana fibrosa es translúcida, maleable y envuelve todas las estructuras del cuerpo: músculos, huesos, arterias, órganos. Sirven como una matriz, un soporte para el cuerpo humano. Se encuentran en todas partes del cuerpo asegurando una cierta continuidad entre los diferentes sistemas. Las fascias están inervadas y vascularizadas, y también permiten, gracias a las fibras tubulares, permitir el paso al líquido linfático. Por eso es importante tener un enfoque terapéutico para ellos. En traumas, malas posturas, disfunciones o estrés ... la fascia tenderá a retraerse, perderá viscoelasticidad. Esta pérdida de movilidad (conocida como "adhesión") y esta disminución en el deslizamiento de las estructuras conduce a una alteración de la vascularización y la ingesta de líquidos que pueden estar causando dolor agudo o crónico, calambres musculares, trastornos digestivos, neuralgia, dolor de cabeza, cansado... Con los años, la investigación ha demostrado la capacidad de contracción fascial. Estos podrían aumentar la tensión corporal. La presencia de sensores sensoriales en la fascia permitió demostrar que la fascia es más sensible al dolor que el músculo.